Comentario
La figura humana es el leit-motiv de la escultura griega. Desnudo o vestido, en reposo o en movimiento, erguido o sedente, el cuerpo humano polarizó la atención de los escultores y fue permanente objeto de estudio. Los escultores arcaicos en un principio se inspiraron en modelos orientales, más concretamente, egipcios, pero en seguida siguieron derroteros propios y, lo que es más importante, siempre se atuvieron a criterios propios, lo que les garantizaba la originalidad. Un breve repaso al tema de kouros lo hace ver con claridad.
El kouros es, ante todo, el tipo escultórico que crearon los griegos para representar el ideal de belleza masculina.
Conceptual y formalmente el esquema se origina mucho antes de comienzos de época arcaica, pues lo habían desarrollado los egipcios dotándolo de rasgos característicos fáciles de reconocer: postura hierática y frontal; pies sólidamente asentados en el suelo; pierna izquierda adelantada; brazos caídos a lo largo del cuerpo y manos cerradas pegadas a los muslos; cabeza cúbica adornada por una melena larga y maciza. La figura no deja de evocar lo que fue antes de ser tallada: un bloque de mármol. A comienzos del período arcaico las cuatro caras del bloque se labran sin cohesión, de ahí que la figura presente cuatro aspectos independientes, según se contemple el frente, el dorso o los costados. Poco a poco comienza la búsqueda de la organicidad, de la unicidad plástica, hasta que desaparece la forma prismática, gran triunfo de los maestros del arcaísmo.
Diferencias estructurales básicas respecto al modelo egipcio son la ausencia de un apoyo por la parte posterior y la desnudez total, por lo que el kouros resulta una escultura exenta, que se sostiene a sí misma, libre de aditamentos. El origen del tipo escultórico remonta al siglo VII, sin que conozcamos bien su significado; puesto que las estatuas de kouroi aparecían en lugares de culto y en tumbas, se pensó que podrían ser representaciones de Apolo, o bien estatuas funerarias. Esta segunda posibilidad es del mayor interés, pues plantea la cuestión de si se trata de una representación genérica o de un difunto determinado, cuestión que, a su vez, suscita otra de contenido iconográfico, es decir, en qué medida reflejan rasgos individualizados.
Los primeros kouroi se esculpen en las islas, pues ejemplares muy antiguos proceden de Delos, Naxos y Samos. Hacia finales del siglo VII y comienzos del VI el Atica y el Peloponeso producen obras tan representativas del alto arcaísmo como el Kouros de Sounion, el del Metropolitan Museum de Nueva York y la pareja Cleobis y Bitón del Museo de Delfos, obras de los años 610-590. Pese a la afinidad esencial en la interpretación del esquema tipológico, se ve en ellas la impronta de las respectivas escuelas; así, por ejemplo, en los kouroi de Sounion y Nueva York el torso, las rodillas, la cabeza y el peinado están mucho más próximos entre sí que respecto a Cleobis y Bitón. Estos dos se atribuyen al escultor argivo Polymedes y se caracterizan por la rotundidad de los volúmenes y por una corporeidad maciza.
Los kouroi áticos carecen de aquella hinchazón, son más descriptivos y demuestran el interés de los escultores por el modelado, ya sea en un gigantón de 3 m de altura, como el Kouros de Sounion, ya en una figura algo menor que el natural, como el de Nueva York.
En relación con la técnica hay que destacar la preferencia de los escultores arcaicos por trabajar con puntero, como bien refleja la apariencia de la superficie del mármol. En las melenas de los kouroi, formadas por cascadas de bolitas uniformes, se constata la perfección y la plasticidad que estos maestros lograban con ese instrumento.
Durante el segundo cuarto del siglo VI dos obras procedentes de la Acrópolis de Atenas, sin ser kouroi en sentido estricto, el Moscóforo y el Jinete Rampin, acreditan la evolución emprendida. El Moscóforo es un joven que lleva un ternero sobre los hombros y su cronología está en torno al año 570. En la envergadura de la parte superior del torso, en la robustez de brazos y piernas y en la estructura compacta, claramente manifiesta en la trabazón del cuerpo del joven y el del animal, se reconoce el estilo del alto arcaísmo, si bien la evolución se detecta en la apariencia blanda y redondeada de la superficie del mármol, a diferencia de las aristas y formas cúbicas preponderantes en la etapa anterior.
Con el Jinete Rampin se alcanza la cima de la primera etapa del arcaísmo. Es la estatua ecuestre más antigua de Grecia y una de las más atractivas entre las muchas del Museo de la Acrópolis. Durante mucho tiempo las partes de esta escultura estuvieron disociadas, porque la cabeza había ido a parar al Louvre y el torso con la parte conservada del caballo permaneció en Atenas en el Museo de la Acrópolis. A la intuición genial del arqueólogo inglés H. Payne se debe la asociación de la cabeza Rampin con el torso de Atenas y la recomposición de una escultura espléndida hecha en mármol de Paros hacia 550. En atención a la calidad y al carácter oficial de la representación se ha querido identificar con un personaje de la aristocracia ateniense y, más concretamente, con uno de los hijos del tirano Pisístrato. Fuera de toda duda ha de quedar la categoría del escultor, el mismo que esculpe la Kore del Peplo.
Durante el arcaísmo medio se consigue un planteamiento más orgánico y un modelado más minucioso, o sea, más pendiente de la plasticidad de los detalles. Así lo demuestra un grupo de kouroi, al que da nombre el ejemplar más sobresaliente de la serie, el Kouros de Tenea. Procede de un taller corintio, en el que hacia 550 se habían hecho progresos considerables en lo referente a la tensión y esbeltez de la figura, rasgos fáciles de reconocer en él. Contornos movidos, dinamismo fluido por todo el cuerpo, rostro animado con la típica sonrisa arcaica; incluso el peinado refleja el esfuerzo por ganar movilidad. Muy distinto al Kouros de Tenea y algo posterior, hacia 530, es el Kouros de Anavysos procedente del Atica. Predominan en él las formas masivas, blandas, más naturales, todo ello fruto de una evolución estilística, en la que, además, deben ser valorados detalles como el ojo menos saltón, con la mirada fija en un punto, y la oreja modelada conforme a un criterio más realista.
A finales de esta etapa se producen cambios importantes, entre los cuales destaca el del peinado. Se impone la moda del pelo corto como una especie de casquete adherido al cráneo, cuya redondez acentúa. Ejemplo inmejorable es la preciosa cabeza Rayet, prodigiosa en la tensión unitaria que salta del mentón a los pómulos, de éstos a los ojos y acaba en el contorno de la bóveda del cráneo. En esa línea está el Kouros del Atica, próximo al de Anavysos, y aún es superada por el Aristodikos, obra de hacia el año 500 típica del bajo arcaísmo. Su postura es más suelta, relajada y natural, a consecuencia de tener los hombros ligeramente cargados, el pecho henchido y el estómago plano.
Comparado con el kouros de Anavysos, en el que contornos de brazos y costados todavía van paralelos, el Aristodikos sorprende por la relación más compleja y rica entre sus miembros, sin olvidar que el modelado logra crear efectos de auténtica relación entre la estructura ósea y la carne.
Significa todo esto que al final de la época arcaica se habían salvado no pocos escollos, aunque quedaba por resolver el problema de la ponderación, es decir, la repercusión del peso del cuerpo sobre cada una de sus partes, cuando las piernas realizan funciones distintas. En los talleres áticos esta cuestión suscitaba gran inquietud, pues ya el Aristodikos preludia la solución, que no se logra plenamente sino con el Efebo de Kritios, obra que inaugura el estilo severo a comienzos de la alta época clásica.